A propósito del celibato

Hace algún tiempo tratamos este asunto, y hoy lo retomamos, debido a que ha vuelto a generar debate en ciertos espacios cristianos. Dado que la Biblia también ofrece enseñanzas al respecto, consideramos oportuno reflexionar nuevamente sobre él.

El celibato, la soltería o la abstinencia sexual es una opción de vida respetable que puede ser motivada por razones personales, religiosas, filosóficas o sociales.

Generalmente es voluntario, aunque en algunos grupos religiosos se lo impone como renuncia al “placer carnal” y a la procreación, en nombre de una causa superior.

En principio, podríamos asegurar, sin temor a equivocarnos, que el celibato obligatorio contradice la naturaleza humana y el propósito del Dios de La Biblia para la humanidad.

En el cristianismo, es practicado por la Iglesia católica romana y por algunas iglesias ortodoxas orientales. No es practicado por el protestantismo.

También lo practican monjes budistas y ascetas hindúes desde tiempos antiguos.

El concepto tal como lo sostiene la Iglesia católica, no se encuentra en La Biblia. Ni en el Antiguo ni en el Nuevo Testamento se exige a los creyentes, ni siquiera a los líderes, de abstenerse del sexo, y mucho menos de renunciar a formar una familia.

Las primeras medidas al respecto, surgieron en el Concilio de Letrán (1123), que prohibió el matrimonio de monjes y ministros ordenados en el catolicismo. Más tarde, el Concilio de Trento (1545–1563) estableció el celibato obligatorio para los nuevos sacerdotes.

Las razones principales fueron dos:

1. Económicas: los bienes de los sacerdotes solteros pasaban a la Iglesia.

2. Morales: se temía la “degradación” del clero.

Ahora vayamos, como corresponde, a La Biblia.

Según las Escrituras, el matrimonio y la familia forman parte del plan original de Dios: “Crezcan y multiplíquense” leemos en Génesis 1:28, y la única forma de realizarlo es a través de las relaciones sexuales entre un hombre y una mujer.

A lo largo de todo el Antiguo Testamento se mencionan numerosas familias establecidas, lo que confirma que la vida en pareja y la descendencia fueron parte natural del propósito del Dios de la Biblia para la humanidad.

Por su parte, el Nuevo Testamento, nos confirma claramente que varios apóstoles estaban casados, entre ellos el mismísimo apóstol Pedro, Mateo 8:14, Lucas 4:38 así lo afirman. Un antiguo chiste nos recuerda que Pedro estaba enojado con Cristo por que le había sanado la suegra, que es precisamente lo que relatan ambos versículos.

En 1ª Corintios 9, el apóstol Pablo, afirma que “los apóstoles tenían derecho a llevar esposa, como los demás”. En 1ª Corintios 7:8-9 “aconseja a solteros y viudas permanecer como él, pero admite que es mejor casarse que quemarse por dentro”.

Esto deja claro varias cosas:

  • El consejo aplica a hombres y mujeres.

  • Pablo probablemente era soltero o viudo.

  • La continencia es un don, no una obligación universal.

  • Pablo admite al deseo sexual como algo natural.

En los primeros tiempos, la Iglesia debía organizarse. Los obispos (epískopos, “supervisores”) eran los eventuales responsables de las congregaciones y el apóstol Pablo deja las siguientes instrucciones:

“…Si alguno anhela obispado, buena obra desea. Pero es necesario que el obispo sea irreprensible, marido de una sola mujer…”

y más adelante afirma:

“Que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad, pues el que no sabe gobernar su propia casa, ¿Cómo cuidará de la Iglesia de Dios?

El consejo y sugerencia de Pablo, en la primera carta que le enviara a Timoteo, es más que claro, un líder espiritual puede y debe formar familia.

Lo cierto es que el celibato impuesto en el Concilio de Trento no logró los fines buscados, sino todo lo contrario, trajo escándalos y abusos que aún persisten.

El cristianismo habría evitado muchos problemas si sus líderes hubieran seguido el modelo bíblico: formar familias y guiar a la Iglesia con integridad.

La obra de Dios no necesita “SANTOS POR DECRETO”, sino creyentes auténticos, comprometidos con lo que creen.

Juan Alberto Soraire

Un cristiano del montón