Adoradores de verdad

Este artículo está dirigido a cristianos comprometidos con lo que creen.

Alabanza y adoración, son dos expresiones que suelen utilizarse como sinónimos, en el ambiente cristiano evangélico, pero no lo son. Son conceptos que están relacionados, pero tienen diferencias claras, en sentido, profundidad y propósito.

Alabanza es una expresión externa, verbal y visible de agradecimiento o reconocimiento a Dios por lo que Él hace.

Viene del hebreo "halal", que significa brillar, aclamar, ovacionar. Incluye cantar, bailar, aplaudir, tocar instrumentos. Es celebración.

“Alaben su nombre con baile, con pandero y arpa, a Él canten.” Salmo 149:3

Adoración, por su parte, es una actitud interna, profunda, de reverencia y entrega hacia Dios, por quién es Él: santo, eterno, justo, fiel, creador.

Proviene del hebreo "shachah", que significa postrarse, inclinarse”. Es sumisión y acatamiento. No es celebración.

“Vengan, adoremos y postrémonos; arrodillémonos delante de Jehová nuestro Hacedor.” Salmo 95:6

La alabanza prepara el camino para la adoración.

“Entren por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con alabanza…” Salmo 100:4

La alabanza eleva nuestra fe y nos recuerda quién es Dios. Durante la adoración, no celebramos, simplemente nos rendimos ante su grandeza.

Leemos en Juan 4:23: “…los verdaderos adoradores adoran en espíritu y en verdad”

Cuando Jesús le pronunció estas palabras a la mujer samaritana, nos estaba revelando la esencia de la verdadera adoración. Ya no se trataría de un lugar, de un día o de formas.

Porque Adorar, no es cantar, levantar las manos, tirarse al suelo o emocionarse en un culto. Adorar es rendirse completamente a nuestro Dios, cada día a cada instante, y no solo con palabras, sino con hechos.

Existen muchas formas legítimas de adoración: orar, estudiar las escrituras, cantar, servir, ayudar al necesitado, perdonar, actuar con justicia.

Lo que Jesús enseña en Juan 4, es que lo externo solo tiene valor si proviene de un corazón sincero. La adoración que Dios busca no se reduce a una experiencia emocional, y mucho menos a un evento religioso.

La adoración, no depende del volumen de la música, ni de las luces, ni del predicador, ni de las “manifestaciones” llamativas, ni siquiera de los milagros. La adoración verdadera, por el contrario, es humilde y es real. No se solventa en shows, sino en una vida transformada.

El culto del domingo no es el fin de la adoración, sino el comienzo. Adorar a Dios en espíritu y en verdad se manifiesta de la vereda para afuera del templo.

“Para los cristianos, adorar a Dios, es dar testimonio con nuestras acciones: en el trabajo, en la familia, en el vecindario. Como decía Santiago, la fe sin obras está muerta. La adoración sin obediencia no es verdadera, es falsa”

Hoy en día, muchas iglesias confunden adoración con espectáculo. Se busca impresionar, más que transformar. Se prefiere la emoción momentánea a la santidad permanente.

Dios no busca showmen, busca verdaderos adoradores. El ruido no lo conmueve. Las lágrimas forzadas, los gritos vacíos, las coreografías ensayadas para "sentir algo"... no son lo que Él desea. Lo que busca son corazones rendidos, vidas coherentes.

Personas que lo adoren no solo cuando cantan, sino también cuando callan, cuando sirven, cuando sufren con fe, cuando aman al prójimo en lo oculto.

No el domingo... sino, a partir del domingo. Es fácil adorar con una orquesta tocando y la congregación reunida. El reto es adorar cuando hay caos en casa, presión en el trabajo o injusticia en la calle.

El domingo podría ser el punto de inflexión, de partida. Pero si el lunes volvemos al egoísmo, al chisme, a la mentira, a la indiferencia... entonces nuestra adoración es una ilusión vacía.

Adorar debe ser una postura del alma de lunes a lunes.

La vida de los verdaderos adoradores no tiene doble cara, no es un disfraz, es su forma habitual de vivir. No cantan para ser vistos. No buscan experiencias, buscan obediencia.

Dios pretende verdaderos adoradores. No perfectos, pero sí sinceros. No religiosos, sino rendidos. No emocionados momentáneamente, sino comprometidos con lo que creen.

“El que tiene oídos para oír, que oiga”

Juan Alberto Soraire

Un cristiano del montón