Cuando salgas… y hace frio
¿Alguna vez te preguntaste cómo sería vivir en la calle? ¿O qué se siente al mendigar comida? ¿Qué harías si necesitas un baño… y no lo tenes?
Responder estas preguntas no es fácil, especialmente si nunca pasamos necesidades. Sin embargo, hay muchas personas que viven estas situaciones cada día, a las cuales solemos mirarlas desde lejos, prejuzgarlas, y auto repetirnos frases hechas.
Hay muchos prejuicios instalados en nuestras mentes: “es un vago”, “no quiere trabajar”, “seguro es adicto”, “está ahí porque quiere”, “por algo será”. Frases que lo único que logran es calmar nuestra conciencia.
Cuando alguien nos pide una moneda o lo vemos durmiendo en un rincón, solemos decirnos a nosotros mismos: “¡Dios lo bendiga!” … pero convengamos que tiene gusto a poco.
“Cuentan que una vez, un hombre cayó en un profundo pozo y pedía ayuda a los gritos ¡Ayúdenme por favor! Un cristiano lo escuchó, se acercó, y desde arriba, con el afán de darle aliento, tomó su Biblia y con voz solemne le leyó Nahúm 1:7: “¡Jehová es bueno, fortaleza en el día de la angustia…!” El hombre accidentado, pareció no escuchar y volvió a gritar: “¡Ayúdenme, por favor!” El cristiano repitió una vez más el versículo, pero esta vez más fuerte. Y desde el fondo del pozo, el accidentado gritó: “¡Sí, te escuché! Después lo charlamos… pero ahora, necesito una soga”.
Santiago, uno de los hermanos de Jesús nos diría: “…desear el bien sin ofrecer ayuda concreta es inútil. La fe sin obras… está muerta”
La pobreza no fue parte del diseño original de Dios. En los primeros dos capítulos de Génesis y en los últimos de Apocalipsis, no hay pobreza ni dolor. Este no era el plan.
Pero el pecado, que no es otra cosa que estar alejado de Dios, trajo al mundo guerras, injusticia, corrupción, opresión, discriminación… hechos que generaron y aun hoy lo siguen haciendo, la pobreza.
La pobreza es un problema complejo y profundo, pero con un responsable claro: el hombre, no Dios.
Resulta claro entender que no vamos a resolver el problema de la pobreza individualmente, pero la Biblia nos deja instrucciones al respecto.
Deuteronomio 15:10-11 afirma: “Ayuda al necesitado con ganas, sin egoísmo. Dios te va a bendecir por eso. Siempre habrá gente con necesidades. Sé solidario con ellos.”
Y en el Nuevo Testamento leemos:
“Si alguien tiene con qué vivir y ve a su hermano en necesidad, pero no tiene compasión, ¿cómo puede estar el amor de Dios en él?” 1ª Juan 3:17
Jesús mismo lo afirma ingeniosamente en Mateo 25 cuando dice: “Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estuve desnudo y me vestiste… y cada vez que lo hicieron con algún necesitado… sin proponérselo, lo hicieron conmigo.”
Por eso, la próxima vez que salgas a la calle y haga frío, y te cruces con alguien que necesita algo que vos puedas darle, ten en cuenta lo siguiente: tal vez es un ángel, y Dios te esté poniendo a prueba.
“No te olvides de ser amable y recibir bien a los demás, porque algunos, sin saberlo, han recibido ángeles.” Hebreos 13:2
Y no solo se trata de comida o abrigo, porque también una charla, una escucha, una palabra de consuelo o aliento, puede ser tan reconfortante como un alimento.
Y si te animas, podes hacer algo más importante y trascendental, ora con él, háblale de Jesucristo y ofrécele el consuelo de su Creador, que lo ama, y que te ha elegido a vos como puente para llegar a él.
Pensalo.
Juan Alberto Soraire
Un cristiano del montón