Estudiando La Biblia / Nº 15

El culto al Dios de La Biblia

Para los cristianos, un culto es un conjunto de actos, formas y actitudes que adoptamos frente al Dios de La Biblia. En un sentido general, comprende todo lo que se refiere a la relación de los seres creados (nosotros) con su Creador (Dios), y en un sentido práctico se refiere a todo acto de adoración donde podemos incluir la alabanza, la oración, la lectura bíblica, la obediencia y toda otra manifestación de FE.

“Adorar a Dios es reconocerle como Dios, como Creador, como Salvador, Señor y Dueño de todo lo que existe, particularmente de mi vida”

Los cristianos, de acuerdo a lo que La Biblia nos plantea, a través de nuestro culto reconocemos la soberanía absoluta de Dios y le rendimos a Él y solo a Él, el honor debido. Por lo tanto, y vale recordarlo, ningún otro ser creado, nada ni nadie debe interferir nuestro culto hacia Él. Jesús mismo nos indica: En Lucas 4:8 y citando al libro de Deuteronomio 6:13 del Antiguo testamento, “Adorarás al Señor tu Dios y sólo a él rendirás culto”

A diferencia de la “latría”, que es el culto y la adoración a Dios, la dulía, la hiperdulía y la necrodulía, que corresponde a rendir culto y veneración a seres creados, están expresamente condenados en La Biblia, de hecho, no encontramos en ella, particularmente en el Nuevo Testamento, ninguna mención, ni referencia, ni ejemplo, ni nada que se le parezca, donde algún cristiano de los primeros 100 años del cristianismo haya realizado alguna de estas prácticas. Ni hablar de rendir culto a figuras o imágenes de cualquier tipo y color, lo cual La Biblia lo denomina idolatría.

Les confieso algo, cada vez que surge una afirmación de este tipo, tan clara y contundente, solo me viene a la mente ese dicho que se hizo tan popular que dice: ¿Cuál es la parte que no se entiende?

Potenciando lo que hemos afirmado, debemos recordar el mensaje de Jesucristo cuando nos dijo en Juan 14:6 “…Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí”, en otras palabras, no necesitamos intermediarios, mucho menos si son los que describe Jeremías 10:3-5, los cuales hemos recordado en posteos anteriores. Búscalo y léelo por favor.

Lo cierto es que todas las religiones rinden culto a diferentes divinidades. Probablemente la diferencia más significativa entre el Dios de los cristianos y otros dioses, es que nuestro Dios, en la persona de Jesucristo, vino a la tierra a buscarnos, a diferencia con el resto de los casos, que, por el contrario, es el ser humano que busca a un dios.

Relacionado con el culto, quiero que analicemos juntos lo siguiente. Existen muchas y variadas maneras en que el hombre puede adorar a Dios. Sin duda las más significativas y relevantes podrían ser la oración, la alabanza y el estudio de su palabra. ¿Cuál de ellas les parece que es la más importante? En realidad, no he mencionado una cuarta forma que quiero que descubramos juntos y que probablemente sea la más importante.

Alguno de nosotros podrá afirmar que la oración es lo más importante, otros podrán alegar que lo más importante es la alabanza, y quizás algún otro pueda creer que lo es el estudio de la Biblia. La realidad es que según lo interpreto, ninguno de los tres enfoques es absolutamente correcto. En ningún lugar de las escrituras se afirma tal cosa, a menos que nos ocupemos en sacar versículos de su contexto o pretender que nuestro gusto personal sea la regla para todos. En una cosa seguramente estaremos de acuerdo, solo estudiando y escudriñando la propia Biblia, podremos determinar la importancia que Dios le da a cada una de estas manifestaciones de adoración hacia su persona.

Lo cierto es que la oración, la alabanza y el estudio de las escrituras, son sin duda parte esencial del culto a nuestro Dios, todas son importantes y ciertamente se complementan entre sí. La oración nos permite dialogar con Él, la alabanza nos permite demostrarle nuestra reverencia, sumisión y respeto y el estudio de su palabra es el modo que empleamos para conocer su voluntad, dado que Dios nos habla a través de la misma.

Pero la cosa no termina aquí, por lo menos para mí. El cristianismo, heredero directo del judaísmo, tuvo, por mandato directo de Jesus, el permanente homenaje al Dios Padre y creador. Pero llamativamente, y rompiendo con todos los esquemas conocidos, el mismo Jesucristo le declaró a la mujer samaritana cual era la verdadera forma de adorar a Dios.

En Juan 4:23-24 “Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren”

Probablemente la interpretación que personalmente le doy a este versículo, incomode a más de uno, pero como siempre afirmo, puedo estar equivocado.

Creo firmemente, que la verdadera adoración a nuestro Dios, de ninguna manera concluye en el ámbito del templo como si este fuera un tuper, y creo además, que debemos preguntarnos si realmente somos verdaderos adoradores o qué somos.

Estaremos equivocados si creemos, al igual que los hipócritas fariseos, que el templo es el único lugar para adorar a Dios. Jesucristo mismo nos está diciendo que Dios requiere de nosotros intimidad espiritual con Él, y obediencia como principal condición para adorarlo, y es precisamente la segunda parte del Gran Mandamiento “…ama a tu prójimo como a ti mismo” el desafío práctico que Dios pone delante nuestro.

De nada sirve los rituales y las parafernalias que podamos implementar los seres humanos para adorarlo, muchas veces es solo humo. La Fe sin obras es muerta leemos en Santiago 2:26 “Así, pues, como el cuerpo sin el espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta”

Con Jesus llegó el tiempo donde podemos adorar a Dios en todo momento donde no importa el lugar ni la condición particular de cada adorador, solo debemos mirar alrededor nuestro y obedecerlo.

Como podemos ver, la verdadera adoración a nuestro Dios es profunda, es íntima y es práctica. A Dios… no podemos engañarlo.

Juan Alberto Soraire

Un cristiano del montón