El legalismo religioso cristiano y sus pretensiones.
El legalismo religioso cristiano suele pretender entre otras cosas, un mundo que nunca existió, excepto en el Edén, y que nunca existirá. Un mundo donde subsistirían los valores y las ideas en forma purísima y con un carácter absoluto. En ese lugar, las ideas serían tan claras y distintas que no podrían confundirse y los valores y principios tan contundentes y evidentes que no podrían desobedecerse.
También propone y predica que todas las reglas y leyes relacionadas con la moral y la ética, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento, por el solo hecho de formar parte de las Escrituras, son aplicables en un 100% a nuestra vida de todos los días en este siglo y en los que vendrán. Esto nos crea un problema práctico de imposible solución dado que en el Antiguo y aún en el Nuevo Testamento encontramos leyes, reglamentaciones y reglas que no podríamos cumplir en estos tiempos y peor aun, de cumplir estrictamente alguna de ellas iríamos todos presos.
Lo que los cristianos contemporáneos deberíamos hacer, es separar la paja del trigo y para ello les dejo algunas reflexiones a las cuales me adhiero.
El comentario de la Biblia de Editorial Caribe dice: “Bajo la teocracia Dios impuso estatutos o leyes civiles que regirían tal sociedad bajo las condiciones culturales prevalecientes en aquel día... Algunas leyes son iguales o tienen características semejantes a los códigos de Sumer y Babilonia, que datan de algunos siglos antes de Moisés... En la época de la iglesia cristiana, muchos de los reglamentos mosaicos fueron inaplicables. Y sin embargo, los principios fundamentales de la justicia, como la imparcialidad y la igualdad siguen siempre siendo válidos y básicos para la buena jurisprudencia”
El grave error en que el legalismo incurre, es “espiritualizar todo lo que lee en las Escrituras”. Como consecuencia, mantiene una posición dogmática al creer que, siendo todo lo escrito palabra de Dios, (que lo es) debe aplicarlo literalmente. Inclusive en cuestiones de moral y ética, su dogmatismo espurio no le permite discernir la diferencia entre unas y otras leyes o mejor dicho, entre principios y leyes.
Pero hay otro error aun más serio en el que tropieza el legalismo, y es el “no haber entendido los contrastes entre la Ley y la Gracia”.
Para que este punto no quede supeditado a mi inmeritoria opinión, transcribiré un pertinente comentario al respecto.
Lewis Sperry Chafer dice acerca de la similitud y disimilitud entre las enseñanzas de la ley de Moisés y las enseñanzas de la Gracia lo siguiente: “... El asunto está, pues entre la ley y la gracia como principios que guían la vida del creyente. ¿Deberá el creyente ir al decálogo (AT) para tener una base de gobierno divino para su vida diaria? La Escritura contesta esta pregunta con una afirmación positiva: “No estáis bajo la ley, sino bajo la gracia”.
Si esto es así, ¿se habrán desechado los grandes valores morales del decálogo? Por supuesto que no; porque se verá que todo precepto moral del Decálogo, con excepción de uno, ha quedado reinstituido con mayor énfasis en las enseñanzas de la gracia (NT). Estos preceptos no vuelven a aparecer bajo la gracia en el carácter y color de la ley, más bien en el carácter y color de la pura gracia...
El Decálogo, en sus principios morales, no sólo ha sido instaurado en la gracia, sino que sus principios han sido amplificados grandemente... Bajo las enseñanzas de la gracia, el mensaje del primer mandamiento se repite no menos de cincuenta veces, el segundo doce veces, el tercero cuatro veces, el cuarto(que trata del día sábado) no se menciona ni una vez, el quinto seis veces, el sexto seis veces, el séptimo doce veces, el octavo seis veces, el noveno cuatro veces, y el décimo nueve veces....
Los diez mandamientos no dan el requisito de una vida de oración, no enseñan nada sobre el servicio cristiano, no contienen nada sobre evangelismo, no presentan la obra misionera, no tienen un evangelio que predicar, no tratan de la vida y del andar en el Espíritu, no revelan que Dios es Padre, no enseñan nada de la unión con Cristo, ni sobre la comunión de los santos, nada sobre la esperanza de una salvación, ni la esperanza de un cielo.
Si se afirma que tenemos todo esto porque hoy tenemos ambos, la ley y la gracia, a tal afirmación se responde que la ley no tiene nada que añadir a la gracia sino confusión y contradicción, y tenemos en las Escrituras la más firme amonestación contra la mezcla de la ley y la gracia. Unas pocas veces los escritores de las Epístolas hacen referencia a las enseñanzas de la ley en vía de una ilustración...
La ley de Moisés presenta un pacto de obras que se alcanza mediante las energías de la carne; las enseñanzas de la gracia presentan un pacto de fe que se obtiene mediante la energía del Espíritu.” La ley de Moisés, revelada por Dios y aceptada por Israel en Sinaí, era una forma especial de gobierno, para un pueblo especial, que cumplió con un propósito especial. Después de la muerte de Cristo, en ningún caso debemos considerar que la ley esté en vigencia.
La ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia, la verdad y la libertad vinieron por medio de Jesucristo.
Juan Alberto Soraire
Un cristiano del montón