El pastor mentiroso y las estafas malditas

Esta inquietante frase, fue el título de un reciente editorial del diario más importante de Argentina. El artículo, escrito por un reconocido periodista político, surgió tras un hecho que llamó la atención de todo el periodismo, la participación del presidente de la Nación, en la inauguración de un “mega templo evangélico” en el norte del país.

¿Qué hacía el presidente inaugurando un templo evangélico? La respuesta es obvia: proselitismo político, es su trabajo. Pero eso no era lo más alarmante ni lo que nos ocupa. Lo inquietante fue el rol del pastor anfitrión. ¿Qué lugar tiene un templo cristiano como escenario de un acto político?

Muchos cristianos evangélicos nos preguntamos lo mismo. ¿No es suficientemente clara la enseñanza de Jesús de “dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”? ¿Cuál es la parte que no se entiende?

Pero el asunto no terminó ahí, sino que escaló a mayores, cuando el pastor, seguramente exaltado por la notoriedad del evento, comenzó a dar “testimonios de fe” insólitos ante los medios: aseguró que, por un milagro, los 100 mil pesos que tenía en una caja de seguridad se convirtieron en 100 mil dólares, y que un anillo de plástico se transformó en oro. Una escena absurda, patética y profundamente triste.

El periodismo, todo, reaccionó con dureza. Sin saberlo, muchos comunicadores se alinearon con lo que el apóstol Pablo nos advirtió hace siglos:

“Ustedes alardean de la ley, pero con la misma ley deshonran a Dios. Porque, como está escrito: el nombre de Dios es blasfemado entre los no creyentes por causa de ustedes” Romanos 2:23-24

El editorial al que hago referencia fue implacable. Comparto, sin ser su autor, algunos de los conceptos que se expresaron con claridad y crudeza:

· “Poseídos por la luz cegadora de la deidad mercantil… furiosamente devotos aunados por la Fe en el dinero.”

· “La feligresía danza, se desmaya, se estremece ante el pastor convertido en figura central.”

· “Los falsarios venden felicidad… el altar materialista atrae a menesterosos y millonarios.”

· “Milagros elucubrados: como los pesos trastocados en dólares, convertidos en templos como el Portal del Cielo, con billetes provistos por la gracia de Dios.”

· “Mendicantes y pastores proféticos capitalizan la ilusión popular. Convocan a la inocencia necesitada con promesas de plata.”

· “La fe transformada por la indigencia ya no espera un mañana mejor, sino una solución inmediata al sufrimiento.”

· “Con palabras huecas pero atrayentes, abren los templos al rebaño sufriente que busca alivio urgente al dolor real, a enfermedades mal atendidas.”

· “Los profetas de las curaciones blue, no curan nada. Pero la mentira convoca, y la miseria los unge como si fueran profetas.”

· “Dios y el demonio en histéricos teatros. Cánticos, exorcismos, desmayos. La esperanza gritada por altavoces recorre un continente castigado, que solo quiere dejar de sufrir.”

Sentí vergüenza ajena… y bronca.

Cristianos evangélicos, por si no lo hemos notado aún: el nombre de Dios es blasfemado por nuestra causa.

Si este es el testimonio que damos, ¡Hay de nosotros! Las personas muchas veces no leen la Biblia, pero sí leen nuestras vidas.

¿Qué mensaje estamos dando? ¿Esto representa el evangelio?

Nuestro ejemplo, nuestro testimonio, tiene consecuencias espirituales y sociales. No somos perfectos, pero debemos vivir de forma coherente con los valores que predicamos. Cuando no lo hacemos, nuestra conducta se vuelve un obstáculo para que otros conozcan a Cristo.

Estamos llamados a vivir de forma íntegra. No se trata de señalar con el dedo, sino de reflexionar profundamente ¿Qué nos sucede?

El “milagro de los dólares” no solo es ofensivo para la inteligencia, también lo es para la fe. La necesidad espiritual no se puede manipular con espectáculos vacíos ni con falsas promesas de prosperidad instantánea.

El verdadero evangelio habla de esperanza, de transformación, de verdad. No de show, mentira y manipulación emocional. Si nuestras iglesias se convierten en escenarios de teatro político y comercio espiritual, entonces hemos perdido el rumbo.

Hay una responsabilidad ineludible. Como creyentes, debemos hacer un alto y preguntarnos con sinceridad: ¿Estamos viviendo de forma que honre a Cristo? ¿O estamos vendiendo nuestra fe al mejor postor?

Juan Alberto Soraire

Un cristiano del montón