Es hora de sacarnos la careta
Estudios estadísticos realizados en Argentina en el año 2019, revelaron que aproximadamente el 60% de la población dice ser católica, 15% evangélica, y el resto, pertenecería a otros cultos o se declara atea.
Si admitiéramos, hecho que no comparto de ninguna manera, que por describirnos como católicos o evangélicos de cualquier denominación, nos identifica automáticamente como cristianos, podríamos aceptar que el 75% de la población argentina, es cristiana.
Analizando alguna encuesta, pude constatar que aproximadamente el 60% de los cristianos evangélicos, dicen asistir a los cultos por lo menos una vez a la semana, y el 30% de ellos, admiten hacerlo, varias veces a la semana. Son pocos los que nunca lo hacen.
Por su parte, el 20% de los católicos afirman asistir a sus cultos una vez al mes, el 50% solo lo hace en ocasiones especiales, y el 30% nunca.
El 59% de los “cristianos” encuestados dijo que se relaciona con Dios por su propia cuenta, sin mediaciones institucionales.
Hasta aquí, el panorama es por lo menos intrigante.
Pero el problema no termina aquí.
Cuando pretendemos indagar acerca del conocimiento del contenido bíblico, por parte de esos mismos cristianos la cosa se complica.
Vale recordar que el 100% de las doctrinas cristianas, se encuentran en La Biblia, en ningún otro lado.
En el caso particular del catolicismo (no hay encuestas al respecto), me atrevo a afirmar que más del 90% de sus fieles, y probablemente me quede corto, desconoce casi en absoluto el contenido bíblico. Es fácil comprobarlo al conversar con ellos.
De hecho, asistí durante tres años, pupilo, a colegios católicos, casualmente al mismo que asistió el Papa Francisco, y nunca supe lo que era una Biblia.
Lo cierto es que la gran mayoría de los fieles católicos no saben quién escribió La Biblia, ni cuántos libros contiene, cuando fue escrita y no podrían mencionar, además del Padre Nuestro, un solo versículo bíblico, de corrido.
Desconocen su contenido, por lo tanto, también desconocen los contrastes doctrinales que existen entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, me refiero a el contraste entre la ley y la gracia.
Solo unos pocos católicos tienen una Biblia en su poder, y son menos aún, los que la leen. Debemos convenir, que no es lo mismo leerla, que meditarla, escudriñarla, para luego ponerla en práctica.
La situación, respecto al estudio de las escrituras entre los cristianos evangélicos, es variada, controvertida y para quien escribe, también es preocupante.
Lo que antaño, homologando el mandato bíblico de Juan 5:39, se practicaba habitualmente en todos los templos, me refiero al estudio sistemático de las escrituras, ahora resulta ser una rareza.
“Escudriñen las Escrituras, porque a ustedes les parece que en ellas tenéis la vida eterna; ellas son las que dan testimonio de mí…”
El desconocimiento bíblico en el ámbito evangélico se pone de manifiesto en algunos templos, cuando vemos estrafalarias reuniones, donde se practican, no menos estrafalarias doctrinas, que poco tienen que ver con las verdaderas doctrinas bíblicas.
Y todo esto no es gratuito.
La falta de conocimiento bíblico entre quienes se identifican como cristianos, me refiero a católicos y a evangélicos, ha contribuido al declive que hoy observamos en la práctica y la cohesión de la fe cristiana.
Este desconocimiento de las doctrinas bíblicas, ha llevado a muchos creyentes a vivir una fe superficial, que depende más de interpretaciones personales y tradiciones transmitidas, que de una comprensión profunda y personal de las Escrituras.
Esta situación está arrastrando al cristianismo y a sus valores a una debacle espiritual sin precedentes. Solo debemos mirar a nuestro alrededor.
Sin una comprensión profunda de lo que creen, los cristianos son fácilmente influenciados por ideas y valores foráneos, que contradicen las enseñanzas bíblicas, que conducen al deterioro gradual de los principios cristianos en la cultura y la sociedad.
Las diferencias interpretativas y doctrinales, entre los propios cristianos, que no siempre son importantes, se agravan y potencian, lo que lleva a la división entre ellos, mientras que “alguien” se frota las manos satisfecho por haber logrado su objetivo.
No debemos perder de vista que lo que nos une, es CRISTO.
Pero lo cierto, es que contamos con la plena libertad de elegir de qué lado estamos. Solo te desafío a plantearte, sin engañarte, de qué lado estás vos.
La pregunta frente a la disyuntiva que te planteo sería: ¿Qué soy realmente?
Para ayudarte a responder esta pregunta quiero contarte una historia que alguna vez ya he mencionado en alguno de mis escritos, y que creo es pertinente repetir en este caso.
El protagonista de la misma, según cuenta la leyenda fue Alejandro Magno. Si es verídica o no, no viene al caso.
Todos conocemos la historia de este general macedonio marcada por sus hazañas, como también por su fuerte personalidad.
“Cuentan que, en plena campaña conquistadora, llevan a la presencia de Alejandro Magno, a un soldado desertor para que lo juzgue. En aquella época desertor era sinónimo de enemigo y se lo consideraba digno de muerte. De hecho, su fin era el cadalso.
Alejandro Magno, ante la presencia del aterrorizado soldado le pregunta, ¿Cuál es tu nombre soldado? A lo que este le responde temblando… ¡Alejandro!
Una vez más Alejandro Magno, muy ofuscado, le pregunta al soldado, pero esta vez con vos más alta y firme, ¿Cuál es tu nombre soldado? A lo que otra vez el soldado desertor le responde llorando y casi sin poder mantenerse en pie… ¡Alejandro!
Alejandro Magno entonces, tomándose un tiempo que para el soldado fue interminable, le dice: “Escucha Alejandro…o cambia de actitud…o cambia de nombre”
El que tenga oídos para oír, que oiga.
Juan Alberto Soraire
Un cristiano del montón