La Confesión Negativa

Meter la cabeza debajo de la tierra con el fin de esconderse, como lo hace un conocido habitante de las sabanas africanas, me refiero al avestruz, al margen de que es solo un mito, no parece ser una práctica exclusiva del mencionado plumífero.

Resulta que también los seres humanos, suelen hacer uso de una manera u otra, de esta particular actitud auto defensiva, cuando debemos justificar nuestros actos ¡Yo no fui! Es la manera habitual de expresarlo.

Lo hacemos con nuestro prójimo, como también lo hacemos con nuestro Dios, me refiero a los que creen en Dios por supuesto.

Cuentan los estudiosos de la cultura egipcia, que, en los tiempos de los faraones, era tanto el prestigio y poder que estos tenían que, como dioses vivientes, su sola presencia era suficiente para moderar la conducta de los habitantes. Esta situación se veía de manifiesto por la poca presencia de grupos militares o policiales ocupados en el control del cumplimiento de la ley, los ejércitos solo fueron creados cuando algún vecino los amenazaba, siendo los hicsos los primeros en hacerlo.

Por la misma razón, las leyes que regían en el antiguo Egipto, eran una mezcla de principios morales, políticos y religiosos que estaban íntimamente ligadas con la voluntad divina del faraón. Hasta aquí todo espectacular.

Pero el problema se generaba a la hora de partir al otro mundo dado que se planteaba una pregunta ¿Qué hacer, que decir, cuando me encuentre ante la presencia del dios de turno?

Pero había una solución. El difunto, debía prepararse para la ocasión, y para ello, disponía de las llamadas fórmulas funerarias, y de esta manera, no equivocar el destino del viaje.

Encontramos pruebas de ello en los denominados “Libros de las pirámides, de los muertos y de los sarcófagos”, una colección de sortilegios y fórmulas para zafar del “castigo divino”.

Resulta que una vez muertos, los egipcios se debían de enfrentar a un tribunal divino precedido como ya lo mencionamos, por uno de sus tantos dioses. Generalmente era Osiris.

En este hipotético tribunal, se pesaba el corazón del difunto y de acuerdo a ello se lo juzgaba, así de esta manera se definía si se permitía su entrada en el Aaru, el paraíso, o por el contrario se debía enfrentar con el monstruo Ammit, el devorador de muertos.

El difunto podía pronunciar su defensa y esta era conocida como “la confesión negativa”, que no era otra cosa que justificar una por una, las acciones de lo que había sido su vida entre los vivos, negando todo ¡YO NO FUI!

La fórmula de esta confesión negativa, o defensa negativa, incluía todos los rubros posibles. La relación con los dioses, con el prójimo, moral, ética, culto religioso, en fin, todo lo que se les ocurra.

Como ejemplo de ello, les detallo a continuación, la defensa negativa del faraón Akenaton (1353-1336), esposo de Nefertitis, donde podemos comprobar que además de ser faraón, era “un guitarrero viejo”, como decimos en Argentina.

¡Salve, dios grande, Señor de la Verdad y de la Justicia, Amo poderoso: heme aquí llegado ante ti! ¡Déjame pues contemplar tu radiante hermosura! Conozco tu Nombre mágico y los de las cuarenta y dos divinidades que te rodean en la vasta Sala de la Verdad-Justicia, el día en que se hace la cuenta de los pecados ante Osiris; la sangre de los pecadores, lo sé también, les sirve de alimento.

He aquí que yo traigo en mi Corazón la Verdad y la Justicia, pues he arrancado de él todo el Mal. No he causado sufrimiento a los hombres. No he empleado la violencia con mis parientes. No he sustituido la Injusticia a la Justicia. No he frecuentado a los malos. No he cometido crímenes. No he hecho trabajar en mi provecho con exceso. No he intrigado por ambición. No he maltratado a mis servidores. No he blasfemado de los dioses. No he privado al indigente de su subsistencia. No he cometido actos execrados por los dioses. No he permitido que un servidor fuese maltratado por su amo. No he hecho sufrir a otro. No he provocado el hambre. No he hecho llorar a los hombres, mis semejantes. No he matado ni ordenado matar. No he provocado enfermedades entre los hombres. No he sustraído las ofrendas de los templos. No he robado los panes de los dioses. No me he apoderado de las ofrendas destinadas a los Espíritus santificados. No he cometido acciones vergonzosas en el recinto sacrosanto de los templos. No he disminuido la porción de las ofrendas No he tratado de aumentar mis dominios empleando medios ilícitos, ni de usurpar los campos de otro. No he manipulado los pesos de la balanza ni su astil. No he quitado la leche de la boca del niño. No me he apoderado del ganado en los prados. No he atrapado con lazo las aves destinadas a los dioses. No he pescado peces con cadáveres de peces. No he obstruido las aguas cuando debían correr. No he deshecho las presas puestas al paso de las aguas corrientes. No he apagado la llama de un fuego que debía de arder. No he violado las reglas de las ofrendas de carne. No me he apoderado del ganado perteneciente a los templos de los dioses. No he impedido a un dios el manifestarse. ¡Soy puro! ¡Soy puro! ¡Soy puro! ………"

En otras palabras, Akenaton, no estaba haciendo otra cosa que, abriendo el paraguas por lo que pudiera venir, y en todo caso, estaba negando lo innegable, estaba mintiendo.

Ahora bien, ¿Qué vamos a decir nosotros cuando estemos ante la presencia de Dios? ¿YO NO FUI? ¿Yo soy un santo?

No sé lo que piensan ustedes, pero sí sé lo que piensa el Dios de La Biblia. En el Cap. 3 de Romanos leemos: “No hay justo, ni aún uno”, no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, uno a uno se hicieron inútiles; No hay quien haga lo bueno, no hay siquiera uno”

Te sugiero entonces, para ir ganando tiempo, que comiences a redactar tu confesión negativa, porque todo llega, o, admitas y reconozcas, lo que Dios mismo dice que eres.

Juan Alberto Soraire

Un cristiano del montón