La Navidad: un Dios diferente

A lo largo de la historia humana han surgido innumerables religiones, filosofías y sistemas espirituales. Aunque difieren en rituales, normas y creencias, la gran mayoría de ellas comparten una idea central: “el ser humano debe esforzarse por alcanzar a Dios”

Ya sea mediante obras, sacrificios, disciplinas, méritos personales o caminos de purificación. El mensaje suele ser el mismo: si haces lo suficiente, si obedeces correctamente, si te elevas lo bastante, tal vez Dios te acepte, con suerte.

El cristianismo, en cambio, rompe este esquema de manera contundente, porque no propone un camino de ascenso espiritual del hombre hacia Dios, sino una verdad radicalmente distinta: “Dios no esperó que el hombre llegara hasta Él, fue Él mismo que salió a su encuentro, y lo hizo cuando Jesús vino a este mundo”

Esta no es una diferencia menor ni un matiz teológico. Es una diferencia esencial, definitoria y transformadora.

El Dios que predica el cristianismo, a diferencia de otros dioses, no se muestra distante, inaccesible ni indiferente, sino personal, cercano y comprometido con la fragilidad humana.

La Biblia declara:

“Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” Romanos 5:8

Este versículo encierra el corazón del mensaje cristiano.

El Dios de La Biblia, no actúa cuando el ser humano se vuelve digno, sino cuando todavía es indigno. No responde al mérito, sino a la gracia. No espera perfección previa, sino que ofrece amor primero.

En muchas religiones, por no decir en casi todas, Dios es concebido como un juez al que hay que apaciguar, una divinidad a la que se debe convencer, o una fuerza impersonal a la que se accede mediante conocimiento y disciplina.

En el cristianismo, por el contrario, Dios es Padre, y como tal, toma la iniciativa. Busca, llama, perdona y restaura.

Jesús lo expresó con claridad cuando dijo:

“Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” Lucas 19:10

Aquí aparece otra diferencia decisiva: “Dios no solo recibe al que llega, sino que sale a buscar al que se perdió

No espera en lo alto de una montaña espiritual, sino que camina los caminos polvorientos donde están los quebrados, los confundidos y los cansados.

El cristianismo no anuncia un Dios que observa desde lejos, sino un Dios que interrumpe en la historia contra toda la lógica humana.

La encarnación de Jesús es el acto más escandaloso y glorioso de esta actitud divina. Dios se hace hombre, comparte nuestras limitaciones, experimenta el dolor, el rechazo, el cansancio y finalmente la muerte.

Ninguna otra religión afirma algo semejante con esta profundidad: “Dios no solo habla al ser humano, sino que se hace uno de ellos

El apóstol Juan lo resume así:

“Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros” Juan 1:14

Este Dios no se relaciona con el ser humano desde la exigencia fría, sino desde el amor que lo involucra. No salva desde la distancia, sino desde la cercanía. No redime por imposición, sino por entrega.

Esto tiene consecuencias prácticas profundas: si Dios nos ama primero, nuestra respuesta ya no nace del miedo, sino de la gratitud.

La obediencia deja de ser un intento desesperado por ganar aprobación y se convierte en una expresión natural de amor. La fe cristiana no se vive como una carga, sino como una relación y como un alivio.

Mientras muchas religiones, incluidas algunas que se denominan cristianas, preguntan: “¿Qué más debo hacer?”, el cristianismo de las escrituras responde: “Ya fue hecho”.

Mientras otros colocan el énfasis en el esfuerzo humano, el cristianismo pone el centro en la obra de Dios. Mientras hablan de subir, el evangelio habla de descenso, gracia y de rescate.

El Dios de La Biblia, no desprecia al ser humano por su debilidad, la asume. No lo descarta por su pecado, lo redime. No lo aplasta con su santidad, lo transforma con su amor.

“Esa es la diferencia llamativa, única y decisiva del cristianismo”

Un Dios que ama primero, que busca antes de ser buscado y que se entrega por completo; un Dios cuya actitud frente al ser humano no es condenarlo desde el cielo, sino salvarlo desde la cruz, merece de nuestra parte algo más que nuestro frío y superficial recuerdo navideño.

En esta Navidad, al recordar y celebrar el acontecimiento que cambió la historia, te invito a creerlo por fe, y recibir a Dios personalmente en tu vida.

¡¡FELIZ NAVIDAD!!

Juan Alberto Soraire / Un cristiano del montón