La parábola del perro blanco y el perro negro
El domingo pasado, en mi Iglesia, el pastor, en ocasión del mensaje, hizo referencia a una historia ilustrativa de origen popular que captó mi atención, y que hoy quiero utilizarla como punto de partida para mi reflexión.
Se trata de una parábola, que se atribuye a la tradición indígena norteamericana, y es la siguiente:
“Un abuelo, conversando con su nieto, le revela lo siguiente: Dentro de mí hay dos perros: uno blanco y otro negro. El “perro blanco” representa la bondad, la paz, la esperanza, el amor, representa todo lo bueno que pudiera haber en mí. Por el contrario, el “perro negro”, representa la ira, la envidia, el egoísmo, el odio...que también están en mí. Estos dos perros… se pelean constantemente. Es entonces, cuando el niño, intrigado, pregunta: ¿Abue, y cuál de los dos perros, gana? El anciano le responde: "Siempre gana, el que más le doy de comer"
Billy Graham solía utilizar esta ilustración en sus predicaciones para enseñar que la vida cristiana implica una lucha interna constante. Afirmaba que debíamos alimentar y fortalecer diariamente nuestra vida espiritual, en este caso el “perro blanco”. Respaldaba sus afirmaciones en Gálatas 5:16-17
“Caminen en el Espíritu, y no satisfagan los deseos de la carne. Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí…”
El concepto está más que claro, siempre estaremos acompañados por nuestras eventuales mascotas, blanca y negra, pero, la pregunta es: ¿A cuál de ellas le estamos dando de comer?
Imaginemos a dos cristianos del montón, como podría ser cualquiera de nosotros, con los respectivos perros blanco y negro a cuestas.
Ambos, deben librar su batalla diaria. No les resulta fácil, hay días buenos y malos, enfrentan las mismas luchas y tentaciones. Nada nuevo bajo el sol.
Uno de ellos, consiente de la situación, decide fortalecer al “perro blanco”, prepararlo para la batalla. ¿Cómo lo hace? De la única manera posible: obedeciendo a Dios, buscando en La Biblia su voluntad. La escudriña, medita y reflexiona críticamente sobre su mensaje, para luego actuar.
El otro cristiano, en cambio, descuida al “perro blanco” y se olvida del negro. Los ignora a ambos, no les presta atención, que coman lo que encuentren, de vez en cuando les tira una golosina. Justo eso esperaba el perro negro, ser alimentado por la indiferencia y el desinterés.
No resulta ninguna novedad afirmar que “el cristiano que se alimenta de las escrituras bíblicas desarrolla discernimiento, sabiduría, convicciones firmes, esperanza y dominio propio” Su “perro blanco”, siempre estará preparado para la batalla, porque estará fuerte, activo y alerta.
La Biblia lo confirma:
“No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.” Mateo 4:4
“Como niños recién nacidos, deseen la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcan…” 1 Pedro 2:2
“Toda la Escritura es inspirada por Dios... a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.” 2 Timoteo 3:16-17
Nadie, medianamente consciente, puede dar por cierto que escuchar una predicación cada domingo, por más que el predicador sea el mismísimo apóstol Pablo, resulte suficiente para satisfacer las necesidades espirituales de ningún cristiano.
Nuestro espíritu necesita alimento en forma metódica. El cristiano que no estudia habitualmente las Escrituras, tendrá a su “perro blanco” con hambre y sin fuerzas… y al negro, con vía libre para hacer lo que quiera.
El “perro negro” no ganará porque sea más poderoso… sino porque el otro está desnutrido.
Me pregunto: estos cristianos, ¿Cómo van a compartir con otros lo que creen, si ni siquiera lo conocen con claridad? ¿Cómo van a consolar, corregir, animar o discipular, si su corazón y mente está vacío de Palabra viva?
“Mi pueblo está siendo destruido porque no me conoce, y así como niegan conocerme, yo me niego en reconocerlos como mis sacerdotes…” Oseas 4:6
Soy de los que creo, que la falta de enseñanza bíblica sistemática y ordenada en las congregaciones evangélicas, produce creyentes superficiales, dependientes de emociones o experiencias personales, fácilmente confundibles, y vulnerables ante falsas doctrinas.
“Bienaventurado el varón que… en la ley de Jehová está su delicia, y en su ley medita de día y de noche.
Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo…” Salmo 1:1–3
Si no dedicamos tiempo suficiente para escudriñar las Escrituras con disciplina, nunca desarrollaremos raíces espirituales profundas. Sin raíces, no hay fruto. Y sin fruto, no hay testimonio ni habrá utilidad, y lo que no es útil se transforma en inútil y desechable.
La consecuencia del desconocimiento de las verdades bíblicas transforma a los creyentes en árboles estériles, tienen hojas, pero no fruto. Árboles sin raíces.
“Toda rama que en mí no da fruto, la quitaré…” Juan 15:2
El crecimiento espiritual no ocurre por accidente, sino por decisión y perseverancia, y así como el cuerpo no se nutre por oír hablar de comida, el alma no crece sólo por oír hablar de la Biblia.
Juan Alberto Soraire
Un cristiano del montón