No es lo mismo, predicar el evangelio, que amontonar gente en los templos.

No resulta ser la primera vez que abordo este tema, de hecho, me pasé un par de años escribiendo un libro al respecto.

Ahora bien. ¿De dónde sacaron algunos cristianos, que la gran comisión que nos encomendaron, es amontonar gente en los templos?

¿Qué parte de La Biblia nos indica que el Cielo se viste de fiesta cuando los templos cristianos se llenan de gente?

Si así fuera, resolveríamos el problema muy fácil, solo deberíamos sortear cada domingo un par de televisores, o prometer mentiras incumplibles, tales como prosperidad o sanidad para todos, o asustar a nuestros feligreses con el infierno tan temido si no asisten a los cultos.

¿Dónde está escrito que la vida de los cristianos transcurre en el ámbito del templo?

Sabemos que los primeros cristianos se reunían en casas particulares, y que a medida que fueron creciendo en número, lo hacían en lugares más amplios, llamados templos.

En estos lugares realizaban sus actividades. Rendían culto a su Dios a través de alabanzas y oraciones, compartían sus vivencias diarias, se ayudaban en sus necesidades, socializaban, y se instruían en las nuevas doctrinas.

El relato bíblico nos indica que procuraban hacerlo decentemente, en orden y con un solo sentir.

Pero estar unidos, no era la misión que Jesucristo les había encomendado, estar unidos era una condición sin ecuanon, que debía cumplirse, para poder consumar la tarea.

El cristianismo denomina como la Gran Comisión, la tarea encomendada, por el mismo Jesucristo, y que es mencionada por los cuatro evangelistas. Marcos cap.16, Lucas cap.24, Mateo cap.28 y Juan cap.20

“Vayan, salgan, muévanse, prediquen el evangelio, hagan discípulos, en todo el mundo”

Tarea que poco tiene que ver con permanecer impávidos calentando los asientos de nuestros templos.

El templo, o como sea que quieras llamarlo, es solo un lugar físico, no es santo ni es sagrado, hoy nos reunimos aquí, mañana allá, y pasado mañana en una cueva si fuera necesario.

El templo, es el lugar donde los cristianos acudimos, además de para adorar a Dios, y tener comunión con los hermanos, para prepararnos, instruirnos, educarnos, y así poder cumplir dignamente, la misión que nos encomendaron.

Resulta obvio pensar entonces, que la Gran Comisión no se materializa adentro de los templos, aunque podamos cumplir parte de la misión en ellos, sino justamente lo contrario, se cristaliza afuera de los templos.

Podemos admitir que muchos hermanos, con dones particulares, cumplan parte de su misión en los templos, pero la particular tarea encomendada a la cual denominamos como Gran Comisión, debemos realizarla en el mundo, que resulta ser, afuera del templo.

Y déjame decirte, que si tu vida espiritual transcurre solo en el templo, algo no está funcionando bien, deberías resetear tu GPS.

La iglesia no es un tuper, donde acudimos para pasarla lindo, aunque podamos pasarla lindo.

El trabajo, de predicar el evangelio, según hemos leído, debemos realizarlo en el mundo, y el mundo es, además del templo, tu casa, tu familia, tu pareja, tus hijos, tus parientes, tus vecinos, tus clientes, tus compañeros de trabajo, tus amigos, e inclusive tus enemigos.

Jesucristo nos dio el ejemplo de cómo y dónde hacerlo.

Podemos contar con los dedos de una mano, las veces que Jesús predicó las buenas nuevas de la salvación en algún templo. Son muy pocos los sermones que escuchamos de él y, de hecho, algunos son recopilaciones de dichos de Jesús, no sermones.

Jesús realizó su trabajo, cara a cara, puerta a puerta, en la calle, en el barrio, en el llano. No daba turnos, no esperaba que vinieran a verlo, él iba a buscarlos.

Probablemente, alguno de ustedes seguirá pensando que el templo es sagrado, y que llenarlo de feligreses resulta ser un fin en sí mismo. Creo que están equivocados.

Humildemente creo que solo están engordando feligreses.

Mientras sigan perdiendo el tiempo, les dejo una reflexión.

Cuenta Ortega y Gasset, que Robespierre, en ocasión de la Revolución Francesa, se pasaba ensalzando fanática y frenéticamente, los principios de la revolución. Pero, en una asamblea nacional, fue fulminado por una lapidaria frase de Honoré Gabriel Riquetti, conde de Mirabeau, quien le dijo:

¡Joven, la exaltación de los principios no es lo sublime de los principios!

El principio sublime que nos mueve a adorar a nuestro Dios, no se manifiesta declamándolo ni calentando asientos de templos. ¡Hay que trabajar!

El acto más noble de adoración a nuestro Dios es hacer su voluntad en todos los aspectos de la vida, y la vida, mi querido amigo, transcurre en la calle, no en el templo.

Juan Alberto Soraire

Un cristiano del montón