Por qué creo

Los cristianos, como es mi caso, si bien creemos que la fe no necesita razones, también debemos tener muy en claro, que no todas las razones para creer, son solo cuestiones de fe.

En estos días, reflexionando con alguno de mis hijos, acerca de la presencia de Dios en nuestras vidas, incluida nuestra actividad secular, llegó a nosotros, el siguiente comentario:

"Si prestáramos la suficiente atención, descubriríamos que vivimos rodeados de muchas oraciones contestadas, aunque a menudo no nos demos cuenta. Caminamos con tanta prisa en busca de un futuro mejor que, a veces, olvidamos valorar lo que hemos alcanzado. Ojalá siempre sepamos soñar, sin dejar de agradecer y apreciar las bendiciones que Dios nos ha dado."

No sé quien escribió estas sencillas palabras, pero no dudo en reconocer la gran verdad que encierran.

No se vos, pero en mi caso particular, bastaría con detenerme y abrir los ojos de mi mente por un instante, para reconocer la presencia de Dios en mi vida, manifestada claramente a través de tantas maneras, y a través de todo el tiempo.

De ninguna manera me refiero a milagros sobrenaturales y estruendosos, que, de hecho, no mueven la aguja de mi reloj, por el contrario, me refiero a las pequeñas manifestaciones cotidianas de amor y fidelidad, para conmigo, del Dios en quien creo.

Probablemente la frase “El Señor es mi pastor, nada me falta, en verdes pastos me hace descansar, Junto a tranquilas aguas me conduce y me infunde nuevas fuerzas cada día…” que encontramos en el Salmo 23:1-6, sea un resumen muy acotado de lo que quiero decirles.

Cada mañana, al despertar, no puedo sino agradecer a mi Creador por cada detalle que me rodea: mi familia, mis hijos, mis nietos, mi salud, mis hermanos en Cristo, e inclusive, por los amigos que la vida me ha regalado, presentes inesperados, que Dios pone delante nuestro.

Suelo también agradecer por lo que me falta, y por lo que no me sobra, porque creo firmemente que la carencia, en ciertos momentos, ha sido una herramienta para fortalecerme y enseñarme a enfrentar las dificultades de este mundo tan desafiante.

Job la tenía muy clara cuando afirmaba: "El Señor da, el Señor quita; alabado sea el Señor."

A menudo, caminamos con tanta prisa, obsesionados con la búsqueda de nuevos logros y un futuro mejor, que olvidamos valorar lo que ya hemos alcanzado.

Nos dejamos absorber por las preocupaciones y los deseos de lo que está por venir, olvidando que cada paso dado ha sido un regalo divino y prueba de su existencia.

Los años me han enseñado que soñar con el futuro, del cual desconocemos su magnitud, no está reñido, con vivir el presente con gratitud.

Soy consciente que la vida es una constante de desafíos, y los que tenemos algunos años cargados en nuestra mochila, no dejamos de asombrarnos por los vertiginosos cambios que nos rodean y presionan.

El ritmo moderno nos impulsa constantemente a avanzar, a producir más, a lograr más, particularmente en lo relacionado con los logros personales y el trabajo.

En un mundo donde las imágenes y apariencias compiten, para los cristianos, el vivir auténticamente requiere valentía.

Ser nosotros mismos, valorar lo simple y vivir con propósito se convierte en un acto de resistencia frente a la presión de lo superficial.

Vivir en tiempos modernos es, en esencia, un llamado a encontrar el equilibrio y aprender a separar la paja del trigo, de tal manera que nos permita reconocer, el ruido externo… de la paz interior, lo material… de lo espiritual y los avances tecnológicos… de los valores humanos.

Ojalá nunca dejemos de soñar, pero tampoco de valorar lo que Dios nos ha entregado hasta ahora. Que sepamos mirar atrás no con nostalgia, sino con agradecimiento, y hacia adelante con esperanza.

Porque cada día, es una nueva oportunidad para reconocer las bendiciones que nos rodean, y vivir plenamente confiados en que Él, “sabe lo que hace”.

Por lo tanto, creo que la fe no solo se proclama, sino que se vive, en cada instante que la vida nos regala.

Los cristianos, al igual que el apóstol Pablo cuando afirmó: “Yo sé en quien creo”, no necesitamos de pruebas empíricas para saber qué Dios existe, porque él ya es parte de nosotros mismos, y resulta agradable y confortante, cada día de nuestra vida, visibilizar su creación, su poder y su amor hacia su creación más preciada, el ser humano, hecho que nos inspira a reconocerlo como lo que es, nuestro Dios.

Juan Alberto Soraire

Un cristiano del montón