¡Que existe…que no existe!
Coincidirán conmigo, que la existencia de un ser creador, a quien los cristianos, llamamos Dios, es probablemente, el dilema existencial de la humanidad.
Demostrarlo, por parte de los creyentes, es un desafío filosófico aún no resuelto, dado que la fe, no se puede argumentar de una manera lógica y empírica.
Podríamos quizás reflexionar, que, al igual que el viento, que no vemos, pero consideramos sus efectos, el creador ha dejado huellas, algunas de ellas, imperceptibles, otras no tanto, pistas y rastros que deberían llamar nuestra atención.
Nadie dudaría en aceptar y reconocer, que el ser humano, es la más singular de todas las criaturas vivas que habitan sobre la tierra, dado que está dotado de atributos particulares, que otras criaturas no poseen.
Me refiero a sabiduría, razón y conciencia, características que lo distinguen del resto del reino animal, y que le permiten reflexionar sobre conceptos abstractos, tales como el tiempo, la moral, la justicia, etc.
En La Biblia, encontramos algunas sugestivas afirmaciones que podrían ayudarnos a reflexionar al respecto.
Leemos en Génesis 1:26-27
“Dijo Dios: hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza…”
“Y creo Dios al hombre a su imagen”
Las referencias acerca de “imagen y semejanza”, pueden no referirse a formas externas, dado que Dios es espíritu, y parecen referirse a un sentido más profundo, relacionado con lo espiritual y lo moral.
Si así fuera, podríamos afirmar entonces, que, de acuerdo a los versículos del Génesis leídos, el ser humano es, o debería ser, el reflejo de su creador.
Probablemente, muchos de ustedes no coincidan con esta postura, pero voy a tratar de exponer, que hay algo en ella, que hace ruido.
Para describirles acerca de lo que creo al respecto, quiero compartir con ustedes una historia.
Se encuentra en uno de los capítulos de la segunda parte de una de las obras literarias más conocidas mundialmente, me refiero a la novela “Don Quijote de la Mancha”, de Miguel de Cervantes Saavedra.
El cuento que voy a relatarles, resulta ser una gran paradoja, que, si bien parece desafiar la lógica y contradecirse a sí mismo, revela una verdad profunda.
Resulta ser, relata el autor, que estaba Sancho, de Gobernador de la Isla de Barataria, y como tal, debía juzgar diferentes situaciones.
La más intrigante y peculiar de ellas, resultó ser la siguiente:
“En una comarca había un puente que cruzaba un caudaloso río, el cual debía cruzarse para llegar a cierta ciudad.
Al final del puente, había una horca y cuatro jueces, que habían establecido la siguiente ley: todo aquel que quiera cruzar el puente, debe jurar la verdad acerca de dónde y a qué va. Si dice la verdad, se le permite cruzar, si miente, será ahorcado.
Los habitantes de la mencionada comarca, conocían perfectamente las reglas para cruzar el puente. De hecho, muchos lo cruzaban habitualmente y sin mayores inconvenientes, solo debían de decir la verdad.
Un día, llega al puente, un hombre. Luego del pertinente trámite de preguntas y respuestas, jura que va a cruzar el puente, para ser ajusticiado en la horca.
Esto les crea un dilema a los jueces.
Si lo dejan cruzar y el sujeto es ahorcado, no se cumple la ley, ya que él habría dicho verdad. Pero si cruza, y lo ahorcan, se habría incumplido la ley, que indicaba ahorcar solo a los mentirosos.
Presentan la situación a Sancho, quien, ante semejante dilema, piensa cuidadosamente y luego de reflexionar largamente al respecto, finalmente da su sentencia.
“Este buen hombre dice verdad” Si se le deja pasar, él falta a su palabra de que va a ser ahorcado por lo tanto miente; y si se le ahorca, ha dicho verdad, y según la ley, debe ser libre y pasar.
Lo que se ha de hacer, según mi parecer, es dejar a este hombre pasar libremente, porque es más justo incumplir la ley, que se ahorque a quien dice verdad.
Con esta sentencia, Sancho resuelve el dilema demostrando un sentido de justicia y sabiduría práctica que sorprende.
En un sistema formal de justicia, esta paradoja no tiene solución. Si se deja marchar al visitante, en el mismo acto se lo condena a morir en la horca. Si por el contrario se lo ahorca, como era su propósito, se estaría contradiciendo la ley impuesta para cruzar el puente.
Sancho, apelando a razones de orden superior, acude a una solución superadora de todo lo conocido, acude a “la misericordia”
Estaba cumpliendo lo que le había recomendado oportunamente su amo “Don Quijote” cuando le dijo: “cuando la justicia estuviese en duda, acude a la misericordia” … que paradójicamente… es una de las características del Dios de los cristianos.
Sancho no podría haber solucionado el problema apelando a cuestiones puramente humanas, sino que debió hacerlo en un ámbito superador, un ámbito condicionado por quien era su mentor y amo, Don Quijote.
Algo similar sucede con los seres humanos.
La misericordia y el amor son atributos del Dios de La Biblia, atributos que, sin dudas, los seres humanos llevan en sus genes, en su ADN, aun sin ser absolutamente conscientes de ello.
Convengamos, que el dilema planteado en la historia que leímos, no lo podría haber solucionado ni una máquina, ni la IA (inteligencia artificial).
Lo llamamos amor, se genera en nuestro interior y no podemos describirlo con palabras. Los cristianos sabemos de que estamos hablando, porque DIOS ES AMOR.
Un pasaje del libro de Eclesiastés 3:11 nos ayudará a entender de lo que estamos hablando.
“… Dios lo hizo todo hermoso. Él sembró la eternidad en el corazón humano, pero, aun así, el ser humano no puede comprender el alcance de lo que Dios ha hecho…”
Juan Alberto Soraire / Un cristiano del montón