¡Socorro, necesito un legalista!

¿Qué sería de nosotros, los cristianos del montón, si no existieran los legalistas?

¿Qué sería de nosotros, si no tuviéramos en cada templo, en cada denominación, un doctor de la ley, alguien con el don del discernimiento y la correcta interpretación de la Palabra?

¿Alguien que, además, en sus momentos de ocio, seguramente pensando en nosotros, se dedicara a crear nuevas y asombrosas reglamentaciones y leyes, que La Biblia no menciona?

¿Cómo podríamos vivir sin legisladores que nos indiquen lo que está bien y lo que está mal, lo que es correcto e incorrecto para el Dios de La Biblia?

Un buen legalista no puede faltar en ninguna iglesia cristiana que se aprecie de predicar al Dios verdadero, como tampoco puede faltarnos uno en nuestra heladera.

¡Imagínense! Un par de buenos legalistas en cada iglesia y no necesitaríamos del Espíritu Santo. Podríamos, además, acudir a nuestras iglesias sin necesidad de llevar la Biblia ¡Ya no la necesitamos! ¡Aleluya!

Esto, que suena como una triste y patética parodia, extraída de algún cuento, no lo es, el legalismo existe y está más cerca de lo que te imaginas.

Debemos aclarar, que no es lo mismo ser meticuloso en el cumplimiento de una ley, que distorsionarla, agregando y sumando nuevos requisitos para cumplirla, alejándola de su propósito original.

El legalismo ha realizado un trabajo destructivo a través del tiempo en el cristianismo logrando su objetivo, “complicarles la vida a los cristianos”, alejándolos de su creador.

El diccionario define “burocracia” como un conjunto de trámites que debemos realizar para lograr cierto objetivo, y se denominan “burócratas” a sus garantes. ¡Impecable! Legalismo puro.

Resulta entonces que, para lograr la vida eterna, luego de sacar número y hacer la correspondiente fila, debemos llenar un cuestionario, resolver varios crucigramas, atravesar un laberinto y, por último, si tuvimos la suerte de resolver los dilemas que pusieron delante nuestro, debemos acudir al legalista que tengamos a mano para que nos dé, el último OK. ¡Patético!

Los legalistas tienen algo en particular, son fanáticos de lo que creen y practican, “para ellos, su experiencia personal es la regla”, para él y para todos, y si tienen cierta jerarquía dentro de la iglesia, ni te cuento.

Pongo un ejemplo. Estoy junto al legalista de turno y por la autopista vemos pasar un auto, una Ferrari. Yo comento en vos alta, ¡Qué hermoso color rojo el de ese auto! El legalista luego de argumentar su desacuerdo me mira y me dice ¡Para mi es de color verde! Hasta aquí podría ser una discusión entre dos daltónicos porfiados. Pero el legalista, por último, afirma... ¡Es verde, y si no lo ves verde, estás en pecado!

Pero los legalistas y el legalismo, no nacieron ayer. A Cristo también pretendieron complicarle la vida y de hecho lo lograron.

Los abanderados del legalismo en el Nuevo Testamento fueron los fariseos. Individuos ultra religiosos, fervientes devotos que pretendían vivir apartados de lo impuro, se consideraban únicos intérpretes de las escrituras. Cualquier coincidencia con la actualidad es pura casualidad.

Cristo los fustigó y criticó sin pelos en la lengua, los llamó “necios, hipócritas, sepulcros blanqueados, raza de víboras que en vano me honran” ¡Durísimo!

Los abanderados legalistas de estos tiempos son... ¡Hola! ¿Estás con la bandera en la mano?

Si la cosa solo fuera subestimarnos y tratarnos como estúpidos espirituales, pretendiendo crearnos obligaciones que solo afectan nuestra vida diaria, allá ustedes, yo no las acepto.

Pero cuando sus caprichos enfermizos nos alejan de Dios y contradicen sus leyes y mandamientos, la cosa cambia.

Se las hago simple y voy al grano.

La Biblia es una “historia de amor” con todas las letras. En ella encontramos el plan de Dios para la salvación del hombre. Jesucristo, Dios mismo se hizo carne muriendo en la cruz por vos y por mí.

Sí, ya se, es una historia increíble, como poco creíble, pero no viene al caso, porque los cristianos la creemos por FE. En todo caso y con todo respeto, el problema es tuyo.

Ahora bien, si todavía estas ahí, te recuerdo:

Leemos en Juan 3:16: “Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su hijo unigénito para que todo aquel que en él crea no se pierda más tenga vida eterna”

¿Qué dice el legalismo? ¡Creer no es suficiente! ¡La muerte de Cristo en la cruz no es suficiente! ¡Falta algo! ¡Lo importante ahora es lo que yo haga!

¿Quiénes somos nosotros, qué méritos tenemos, en que parte de La Biblia está escrito?

Pero la culpa no la tiene solo el chancho, sino también el que le da de comer, y el que le da de comer al legalismo podemos ser vos o yo.

Siempre termino con lo mismo, pero no puedo evitarlo

¿Qué le vas a decir a Dios cuando te encuentres en su presencia? Me contaron un cuentito, me engrupieron, me mintieron. ¿Estabas en otro ascensor? ¿A qué abogado vas a llamar para que te defienda?

¡Game over!

No te enojes con el cartero, solo toque el timbre.

Juan Alberto Soraire / Un cristiano del montón